miércoles, 5 de marzo de 2008

Dream Theater en Chile

Arena Santiago, 1 de Marzo del 2008
En la Presencia de Heroes (Parte 2)

Con un recital de dos horas y cuarto donde demostraron por qué son la banda de metal progresivo más reconocida en el mundo, Dream Theater visitó nuestro país por segunda vez. Santiago fue el puntapié inicial del “Chaos in Motion, South American Tour ‘08” y las cerca de 12.000 almas presentes en el Arena vibraron con el feeling y el virtuosismo de los neoyorkinos. Un show sin respiros, potente y lleno de emociones que rozó la perfección. A juicio de muchos, incluso mejor que aquél mítico debut en Chile el 2005.

Por Sebastián Flores M.

Poco más de dos años después de la esperada primera visita a suelo nacional, esa que batió records de público en la historia de la banda, Portnoy, Petrucci y compañia visitaban nuevamente la capital chilena en el marco de la gira promocional del "Systematic Chaos", su más reciente producción de estudio. Aquella legendaria primera presentación del 6 de diciembre del 2005 pasaría a la historia de Dream Theater como el concierto con la mayor audiencia como headliners en su carrera. Esa vez, 20.000 personas repletaron la Pista Atlética del Estadio Nacional en una velada que marcó no sólo a los miles de asistentes, sino también a la banda, sorprendida y absorta de tanto cariño y afición hacia ellos.

Por eso, las expectativas para el concierto en el Arena Santiago tenían siempre como punto de referencia el anterior. Claro, aquella ocasión tocaron por más de 3 horas y ofrecieron una performance de primer orden, eso sin sumarle el increíble público que acudió a ver a una banda que esperaba hace largo tiempo en nuestro país. Parecía difícil que el 1 de marzo fuera mejor que el “evening” que ofrecieron en la gira del Octavarium, y no pocos -¡oh, hombres de poca fe!- acudieron con diminutas esperanzas en que se pudiera siquiera igualar el todavía fresco recuerdo del 6/12/2005.

El ambiente, además, estuvo también marcado por algunos factores externos al regreso de Dream Theater. Primero, los muchos conciertos que llenaban la cartelera de panoramas rockeros a comienzos de marzo. Los conciertos de Iron Maiden y Deep Purple pusieron en la disyuntiva a muchos metaleros que tuvieron que, ante los altos precios de las entradas y el escaso presupuesto de fines del verano, elegir entre uno y otro. Lo segundo, el cambio de recinto para el recital, desde la Pista Atlética al Arena Santiago. ¿Las razones? Dicen que la baja venta de entradas, que no igualó la del 2005, como tenía presupuestado la productora.

Motivos más motivos menos, al final fue para mejor. El Arena es un lugar con una acústica superior y más íntima, donde los ex alumnos de Berklee se sienten mucho más cómodos para hacer lo que saben, y la cercanía de la gente con los músicos le daba una onda mucho más cálida al evento. A eso se le suma que el público asistente estuvo integrado casi únicamente por “verdaderos” fans, los de corazón, que acudieron a este show pese a la inusitada oferta de recitales y a la escasez monetaria. Algunos por vez primera los verían en vivo, otros se repetirían el plato. Como sea, es evidente que en número este recital no igualó al primero, pero en garra y entrega es difícil precisar cual fue superior.

Fe ciega

Se sabía que para esta gira las 3 horas de concierto no se volverían a repetir. Ya no sería un “An Evening With Dream Theater”. La de ahora sería una presentación menos extensa, puesto que contaría con la presencia de una banda telonera nacional (Delta) que fue elegida a través de un “casting” que a Mike Portnoy se le ocurrió realizar por Internet para seleccionar los grupos que abrirían los conciertos en cada ciudad del tour sudamericano. Los espectadores sabían a lo que iban: el tour promocional de un disco que no fue muy bien recibido ni por la crítica ni por los fans más tradicionales, un show menos rimbombante que el primero y más corto que el anterior, pues ahora compartirían escenario con otra banda.

Pero nada de eso les importó a los fieles seguidores. Desde temprano se visualizaban ya algunos fanáticos haciendo guardia a las afueras de la cúpula del Parque O’Higgins. Pasado el mediodía ya varias poleras negras comenzaban a poblar los alrededores del Arena y para ya avanzada la tarde una cáfila de metaleros se aglutinaba en torno a la entrada del otrora estadio de tenis. Una larga fila que resistía estoicamente el todavía sol veraniego absorbiéndose en el oscuro de su vestimenta tuvo su recompensa cuando pasadas las 18 horas se abrieron finalmente los accesos y la hinchada “dream-era” no vaciló en repletar las ubicaciones del lugar.

Con el cambio de recinto para el espectáculo, que fue avisado con menos de una semana de antelación, la “Entrada General” para la Pista Atlética sería válida en el Arena Santiago también, pese a que éste último está sectorizado. Por eso muchos corrieron hacia cancha apenas se permitió el ingreso para no quedarse sin -se supone- la mejor ubicación para disfrutar de un concierto de rock, ya que sería según la ley de “el que agarra, agarra”. No obstante, lo primero que se llenó fueron la comodidad y la vista preferencial de las butacas de platea baja y luego platea alta. Cancha fue reservada para los que querían ver a sus ídolos de cerca (muy de cerca), quienes al final fueron los que más gozaron del show.

Antorcha para Delta

En el sitio web oficial de Dream Theater se realizó un concurso para todas las bandas sudamericanas que quisieran tener el honor de ser el acto de apertura de sus recitales en cada ciudad del tour. En el caso de Santiago, muchos grupos criollos enviaron su material para que fuera evaluado por el mismísimo Mike Portnoy. De entre todas, por su cercanía al estilo progresivo y su experiencia, la ganadora fue la joven agrupación Delta. Nutrido de la clara influencia de bandas como Symphony X y cantando en inglés, cultivan un metal neoclásico que de a poco se ha hecho de un nombre en la escena metalera nacional.

Delta debía afrontar el difícil reto de ser el soporte a la siempre tediosa espera entre la apertura de puertas y el comienzo de la presentación del plato de fondo. Una empresa no siempre grata, donde cada vez que viene una banda de renombre internacional los fans de éstas se disfrazan de Monstruo de la Quinta Vergara y con la misma ansiedad y exigencia que los asistentes del Festival de Viña, ya se han comido vivas a muchas promesas del metal chileno. Sin embargo, esta vez no fue ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.

La gracia que tuvo Delta fue que supo aprovechar la instancia al máximo y ganarse a los escépticos espectadores a base de pura entrega, profesionalismo y un gran sentido del espectáculo. La banda encabezada por el guitarrista Benjamín Lechuga apareció en escena con total puntualidad de acuerdo al horario de inicio del show: a las 8 de la noche. La canción ‘Crashbreaker’ abrió los fuegos y fue un golpe a la cátedra. Aunque muchos no la conocían, la potencia de los riffs y los incendiarios solos de Lechuga despertaron de su letargo al Arena Santiago, enardeciendo a las masas que vacilaron todo el tema.

Dicen que la primera impresión es la que marca, y así fue con Delta. Santiago Kegevic, un bajista de proporciones (su estatura alcanzaba fácil los 2 metros), encarnaba la actitud del “true metal”; en tanto, el vocalista Felipe del Valle animaba a la gente con una actitud 100% rockstar, saltando y moviéndose a lo Bruce Dickinson. ‘Who I Am?’ y ‘Two Bullets’ serían los siguientes cortes y el momento donde se comenzarían a notar algunas fallas de sonido. ¿La más notoria? El volumen del teclado, que no se escuchaba.

Pese a esos pequeños inconvenientes, la agrupación santiaguina aprobaba con nota azul su presentación. ‘The Man Behind the Masquerade’ aportaba con más headbanging y denotaba el desplante escénico de la banda. ‘Black and Cold’, la canción homónima de su última placa, sería la penúltima dosis antes de que anunciaran que tocarían la última canción, con la notable respuesta del público que celebró la buena nueva. La despedida sería con ‘Burning Soul’, su “megahit” (como diría Del Valle, aunque no muchos la conocieran) perteneciente a su primer álbum “Apollyon is Free” del 2004, donde esta vez si sonó nítido el teclado de Nicolás Quinteros, quien se lució con un gran “lead”.

Poco menos de 25 minutos duró la actuación de Delta. Tiempo preciso para los 6 temas interpretados, que tuvo una recepción más que digna y que incluso desde algunos sectores se escuchó la aclamación popular de “¡antorcha, antorcha!” que más de alguna risa sacó entre los presentes. Y aunque el mencionado problema con el volumen del teclado y el sonido “tarrero” de la caja de la batería (a cargo de Andrés Rojas) pudieron haberles generado inconvenientes, la actitud con que salieron a afrontar el desafío y sobre todo, la genialidad de Benjamín Lechuga en las 6 cuerdas, el juego de luces y la puesta en escena los hicieron triunfar. Si hubiera sido la Quinta, quizás no les hubiera alcanzado para Gaviota de Plata, pero sin dudas se hubieran llevado al menos la Antorcha.

Movimiento constante

Una señal de tránsito con el signo característico de la banda, unos trazos en la parte de arriba del escenario que emulaban autopistas y un semáforo que, apenas Delta dejó el escenario, encendió su luz roja. Ese escenario, ubicado en el sector de la galería sur, estaba ambientado con el arte del “Systematic Chaos”, el disco que presentan en esta gira y que basa su concepto en unas hormigas recorriendo múltiples carreteras de alta velocidad. Los instrumentos ya estaban instalados y ahora solo faltaba la salida de Dream Theater.

Mientras el semáforo seguía en rojo, la espera se atenuaba gracias a las versiones orquestadas de tres temas de Dream Theater: ‘Peruvian Skies’, ‘Hell’s Kitchen’ y ‘The Dance of Eternity’, que sonaban por los parlantes cortesía del tributo instrumental realizado por The String Quartet. Gracias a aquello, ni se notó el tiempo transcurrido antes que las luces se apagaran y el semáforo cambiara a amarillo. Eran exactamente las 21 horas y con precisión de reloj suizo se daba inicio a la segunda presentación en Chile de la banda oriunda de Long Island. Los fans enardecían y la ansiedad se acumulaba mientras se esperaba el cambio del amarillo al verde.

Desde los parlantes emanaba ‘An Ant Oddisey’, el playback a modo de introducción al concierto. En seguida, un emocionante video que resumía la carrera de Dream Theater repasando su discografía hacia crecer aún más los enardecidos ánimos. La luz amarilla seguía indicando precaución hasta que el video finalizó y el verde en el semáforo remeció el Arena Santiago, ya que al mismo tiempo una tenue luz que iluminaba a John Petrucci advertía que Dream Theater ya estaba en escena.

Petrucci ejecutaba el riff principal en solitario hasta que el resto de los instrumentos se le adhirieron. Las luces del escenario volvieron y John Myung, Jordan Rudess, Mike Portnoy y James Labrie se unían al guitarrista para el delirio de las más de 10.000 almas presentes que estallaron en algarabía. Aquel big bang lo ocasionó la potente ‘Constant Motion’, el primer single de su última placa y un tema perfecto para comenzar a vivir por segunda vez la “Experiencia Dream Theater”. El público saltó, rockeó y coreó la canción de principio a fin. El sueño se hacia realidad otra vez.

“Buenas noches San Diego… I mean, Santiago!”, saludaba Labrie con una chistosa confusión fonética de por medio. Junto con el hola inicial, el vocalista agradecía la recepción y la oportunidad de volver a tocar en Chile para inmediatamente continuar con un tema de su anterior disco, “Octavarium” del 2005. El arpegio “electrónico” que Jordan Rudess tocaba en su teclado Korg Oasys con atril giratorio indicaba que ‘Never Enough’, otro corte para cabecear, sería la segunda canción del setlist. Desde aquí se podía presumir el tinte que tendría el concierto: una noche cargada al lado metalero más crudo del grupo.

“La entrada pagada”

La pantalla gigante que estaba al fondo del escenario, atrás de la “Siamese Monster” de Portnoy, mezclaba animaciones prediseñadas con zooms que tomaban los camarógrafos a los músicos y sus instrumentos, sirviendo como un buen apoyo a su puesta en escena. Como escenografía se sumaban también, apenas se dio luz verde, dos hormigas cara a cara encima de los amplificadores de Petrucci, haciendo más referencias al concepto del “Systematic Chaos”. Detalles pequeños como esos terminan haciendo la diferencia.

Pero la próxima pieza no sería de aquel álbum, sino del cada vez más valorado “Six Deegres of Inner Turbulence”. La magistral ‘Blind Faith’ sorprendía a un público que recibió con fervor aquella inolvidable sección instrumental de uno de los mejores temas del disco doble del 2002. Y si el tema anterior dejó a los fans en éxtasis, la versión ‘07/’08 de ‘Surrounded’ fue un verdadero orgasmo musical. El renovado clásico del “Images & Words”, fue uno de los mejores momentos de la noche, gracias al Zen Riffer (un teclado que se toca como guitarra) con que Jordan se instaló en el centro del escenario y se robó toda la atención con un solo en complicidad con John Petrucci. La hermosa pieza finalizaría con parafraseos a‘Mother’ de Pink Floyd y a ‘Sugar Mice’ de Marillion.

Con lo anterior, parecía que la presunción quizás era errada. El feeling, y no tan sólo el lado más pesado de la banda, estaría también presente. Pero para comprobarlo, el concierto tendría que avanzar un poco más, porque ‘The Dark Eternal Night’, uno de los tracks más “rudos” de los neoyorkinos, sería el siguiente. Pese a que el último trabajo es vilipendiado por muchos seguidores, en vivo cambia mucho la percepción. Y éste tema así nos lo hacía entender, porque fue uno de los más vacilados del show, sobre todo porque contó con una divertida caricatura donde los músicos enfrentaban a demonios con superpoderes que derivaban de sus instrumentos, excepto Portnoy que escupía “pollos”, como en la realidad.

A continuación vendría otro momento mágico, porque dos temas extraídos de “Awake”, la obra maestra de 1994, harían delirar una vez más a los presentes. La instrumental ‘Erotomania’ era ya una infartante sorpresa, pero el hecho que la enlazaran con ‘Voices’ era demasiado para el corazón promedio del fan de Dream Theater. Dos tercios de la trilogía “A Mind Beside Itself” fueron tocadas en vivo para el público chileno, y la hinchada ya no podía más de la efervescencia. Hasta aquí, casi todos en el Arena sentían que con estos temas, los $20.000 de la entrada ya estaban pagados.

Tómense su tiempo

Se promediaba más de una hora de concierto cuando la melosa ‘Forsaken’ arremetía en el setlist. La pantalla mostraba la animación del videoclip de la canción y tanto galería como cancha coreaban con todo el 2° single del álbum en promoción, demostrando el oficio que tiene la banda en vivo. Porque la verdad nunca ha importado que una canción sea single o no si viene de ellos. Su música es lo que es no por los rankings, sino por la calidad de sus presentaciones en directo. Tan buenas como para hacer cantar incluso a los que no les gusta el nuevo rumbo del grupo y extrañan el sonido de épocas pretéritas.

Sin embargo, Dream Theater nunca ha renegado aquel glorioso pasado que los catapultó al estrellato e incluso al mainstream. Saben que sus seguidores aman el prolífico periodo noventero, donde cimentaron su carrera, y eso fue lo próximo que entregaron: un himno del metal progresivo, extraído directamente desde su long play más venerado: el editado en 1992. Una vez más “Images & Words” diría presente. ‘Take the Time’, con el potente bajo de John Myung y los solos y unísonos de guitarra y teclado, fue otro batatazo de la noche. Porque no importó que James Labrie omitiera el verso donde la voz llega a unos agudos que quizás hoy en día no hubiera alcanzado; ésta era otra razón más para morir tranquilo.

‘In the Presence of Enemies’, con sus dos partes unidas, tuvo la duración de casi media hora y era otra muestra más proveniente de su última placa. ‘Part 1’ y ‘Part’ 2 son los temas que abren y cierran, respectivamente, el “Systematic Chaos”. La larga y épica composición fragmentada en dos tracks fue interpretada sin respiros, por lo que algunos de los presentes sintieron el cansancio y el agotamiento. La primera parte, más melódica y cercana al Dream antiguo, fue muy bien recibida; pero la segunda, con demasiados fraseos innecesarios, ya acusaba “aburrimiento” por parte de algunos sectores del Arena. Cuando al fin terminó, los músicos se despidieron y se apagaron las luces. La clásica salida en falso.

Medley y despedida

El ritual todos lo saben y nadie se inmutó siquiera con la despedida. La vuelta demoró un minuto, Portnoy aparecía con la camiseta de la Roja y con su humor de siempre, ponía a follar a las hormigas de la escenografía. La audiencia rió, celebrando el regreso a escena. El cierre estaría preparado para el ‘Schmedley Wilcox’, que aglutinaba fracciones de cinco temazos de la banda. La primera fue la grandiosa ‘Trial of Tears’ con su segmento ‘It’s Raining’. El mejor corte del disco “Falling Into Infinity” de 1997 era puro feeling y más aún cuando Labrie cambió Nueva York por nuesta capital en el coro: “It’s raining, raining in the streets of Santiago”.

“Scenes From a Memory”, el aclamado álbum conceptual de 1999, aún no había sido citado en el concierto. Sólo una pequeña pero gran ración de ‘Finally Free’ con imágenes de la muerte de Victoria por las pantallas sería el paliativo para muchos que esperaban alguna (cualquiera) de las muchas joyas de ese disco. El medley avanzaría con otro viaje hacia 1992, ya que un pedacito de ‘Learning to Live’ sonaba por los amplificadores. Lo malo es que todos estos pedacitos dejaban con ganas de más, pero entre eso y nada, está clara la respuesta. Un trozo de ‘In the Name of God’ del “Train of Thought” (2004) y de nuevo el lado metalero del grupo, proveniente de uno de sus LPs más pesados.

Ya el medley se acercaba a su fin, pero antes ‘Octavarium’, con su majestuosa quinta parte llamada ‘Razor’s Edge’, entregaba un final perfecto para cerrar de gran manera su única presentación en nuestro país. El notable solo de John Petrucci se ensamblaba con la pomposidad del resto de los instrumentos para darle el último estertor al show. La audiencia aplaudía y gritaba con fervor como dando gracias por la visita y ellos retribuían con una reverencia los cinco abrazados y con el anuncio de Mike Portnoy: "we’ll see you soon Chile!”. Así la gente comenzaba a dejar el recinto del Parque O’Higgins, no sin antes gritos de algunos pidiendo el tema ‘Metropolis Pt. 1’. Inútil, porque ya se habían ido.

La presentación de Dream Theater había concluido, las luces se habían encendido y sonaba música envasada por los parlantes. Es improbable que alguno de los asistentes se haya arrepentido de haber asistido a este concierto. Las 2 horas con 15 minutos del mejor metal progresivo dejaban a los fans con un sentimiento de alegría y satisfacción que se denotaba en sus caras mientras hacían abandono del Arena Santiago. Aunque parecía una noche cargada al lado más virtuoso y metalero (que si tuvo mucho de eso), se conjugó con mucho de su faceta más melódica dejando un saldo más que positivo para los fans más antiguos.

A fin de cuentas, un regreso notable que para los que vieron al “Teatro de los Sueños” el 2005 fue un complemento perfecto ya que no repitieron casi ninguna canción. Para los que los nuevos fans que los vieron por vez primera, un muy buen sabor de boca. “Chile, you are fucking amazing as we remember!”, piropearía Portnoy en el adios. Así, Chile se consolida como uno de los mejores públicos para Dream Theater. Más allá de que hayamos sido la mayor asistencia histórica, en ni un otro país se ponen tantos huevos como acá. Volverán, está claro. Por ahora, los chilenos se conforman con haberlos presenciado con un show más íntimo, con mucho mejor sonido y, entrando a conjeturar, de mejor calidad que el anterior. Una vez más, ¡Grande Dream!.

sábado, 27 de octubre de 2007

Soda Stereo en Chile


Estadio Nacional, 24 de Octubre del 2007
Imágenes (y Canciones) Retro

El primer recital de la gira ‘Me Veras Volver’ en Santiago marcó el reencuentro de la banda argentina con el público chileno. Las más de 65.000 personas que repletaron el Estadio Nacional fueron testigos del regreso de Soda Stereo a un país dónde su música dejó huellas que perduran hasta hoy. Un recital que conjugó la nostalgia de las décadas pasadas con la renovada frescura del reencuentro. Diez años de sed saciados en dos horas cuarenta con una fuerte Sobredosis de Soda. Pero esta vez en su versión 2007.


Por Sebastián Flores M.

Cuando finalizó el penúltimo show de la gira El Último Concierto, el 13 de Septiembre de 1997, la última escala antes de la anunciada y definitiva separación de Soda Stereo, Cerati anunciaba: “Nos volveremos a ver. Hasta la vuelta en la forma que sea”. Diez años después, exactamente en el mismo lugar, pero con toda una generación de por medio que nunca pudo verlos en vivo, la promesa es cumplida para el regocijo de todos los fans que añoraban el retorno del grupo de rock que dejó el más grande legado en esta parte del mundo.

Este reencuentro tenía un matiz emocional tremendo para gente de todas las edades. Para la generación de los ‘80s, que vivió en pellejo propio la Sodamanía (cuando repletaban conciertos en el Estadio Chile, aparecían en programas de TV chilenos como Martes 13, giraban por muchas ciudades de nuestra larga faja de tierra o cuando dieron esa memorable presentación en el Festival de Viña de 1987). Para aquella generación de adolescentes de los ‘90s que vibró con shows de la Gira Animal o el Dynamo Tour, que hizo suyos muchos himnos del Sueño Stereo y del MTV (Un)Plugged, y que finalmente los vieron despedirse de Chile en el concierto final de 1997 en el Estadio Nacional.

Pero había un segmento etario para lo cual este recital era realmente un hito: los jóvenes de este nuevo milenio que sólo conocían a aquella tremenda banda de la cual hablaban los más grandes por su legado y que les parecía más una leyenda que una banda de rock como tantas. Por eso este primer recital en Santiago tuvo una gran presencia sub-20: era la primera vez que verían a Soda Stereo en vivo y en directo.

Una eternidad esperé este instante

La expectación era inmensa. Desde la mañana ya varios aguardaban en los accesos de Avenida Grecia para asegurar un buen puesto. A las 16:30 se abrieron las puertas y cuando el calor de la tarde primaveral aún depuntaba, el coloso ñuñoino comenzaba desde ya a repletarse. Un escenario de proporciones a lo Stadium Band (que no tenía nada que envidiarle a gigantes del rock & roll como The Rolling Stones, Guns ‘N Roses o U2) ubicado en el lado sur del estadio recibía a los miles de fans que con el correr de las horas llenaban los espacios de Cancha, Galeria y Andes. Los sectores Pacífico y Cancha VIP aguardaban pacientes por sus espectadores que, obviamente, no tienen necesidad de llegar tan temprano como el resto.

Avanzaban los minutos y la espera se hacia eterna. Para hacerla más soportable, a las 20:00 las pantallas que estaban a ambos lados del escenario (y la que se encontraba detrás de la primera torre de sonido) pasaban sketchs del humorista Diego Capusotto, que al otro lado de la cordillera es famoso por su programa “Peter Capusotto y sus videos” en el Canal 7 argentino. Los gags, preparados especialmente para abrir los recitales en Buenos Aires, funcionaron como una especie de teloneros de Soda. Una que otra risa sacó entre los asistentes, pero se denotaba el humor y los chistes locales pensado para argentinos (de hecho, fueron cortados fragmentos que hacían relación con personajes de la política trasandina que si pasaron en River). De todos modos, entre eso y nada, mejor lo primero.

Las ansias carcomían a muchos. Los “Olé olé olé oléee, Sodaaa Sodaaa” se hacían escuchar cada vez con más fuerza cuando –por fin- las luces se apagaron. Con cinco minutos de retraso, el show comenzó con la intro de ‘Algún Día’ (el cover de la canción ‘Some Day, One Day’ que grabaron para un tributo a Queen) al tiempo que se proyectaban en las pantallas imágenes de la historia de la banda. El delirio de los fans crecía y crecía a cada segundo hasta que las luces volvieron para que Tweety, Leo, Leandro, Charly, Zeta y Gustavo aparecieran en escena.

El comienzo fue un big bang y fue caliente

El inconfundible rasgueo de guitarra del acorde abierto en ‘Si’ marcaba el inicio del show. “Un, dos, tres, cua…” y ‘Juegos de Seducción’ encendía a una audiencia que ya a estas alturas moría de sed de Soda (y de agua también, Cancha era un hervidero de calor). Con el saludo oficial, Cerati se lanzó con un “Hola Chile lindo, bienvenidos al juego” y en seguida ofrecería hacer mover el Nacional. Así, ‘Tele-K’ era la segunda descarga de telekinesis que a través de la música hizo mover a casi 70.000 almas que gozaban enfervorizados. La fiesta continúo en seguida con las telarañas e ‘Imágenes Retro’, de un disco que sería de los más citados en la noche: “Nada Personal” de 1985. Se dejaba en claro que este regreso apuntaba a revivir la nostalgia por los años dorados de la banda: los ‘80s.

Pero los ‘90s, esa época prolífica y de madurez, donde Soda Stereo despachó obra maestra tras obra maestra, tampoco podía quedar fuera. La primera muestra era una sólida interpretación de ‘Texturas’, el tema que cierra “Dynamo” de 1992. La segunda, una que nunca estaba ausente en los recitales del decenio pasado. “Agua (con gas, dijo Cerati)” y el primero de muchos cortes provenientes de su ópera prima (“Canción Animal” de 1990) comenzaba. ‘Hombre al Agua’ dio los primeros indicios del otro lado del show al que también apuntaba esta gira de reencuentro: ese lado rockero y potente que muchos que no siguen a la banda más allá de sus hits más reconocidos, desconocen.

El público que asistió a escuchar las canciones más mainstream de Soda se vio recompensado con ‘En la Ciudad de la Furia’. Un infaltable que con una de sus frases da el nombre a este tour y que hizo saltar y corear la letra a todos los presentes. Mención especial al momento en que la capital chilena se convirtió en la ciudad de la furia (“Santiago se ve tan susceptible”), un momento emocionante para todos los santiaguinos que colmaban el estadio. La pequeña mención al álbum “Doble Vida” de 1988 concluiría de inmediato con ‘Pic-nic en el 4°B’, el primer track de ese disco y que contó con un gran despliegue de luces y pirotecnia en las pantallas que ensalzaban aún más la energía y el voltaje que genera esta gran canción.

El dúo de ‘Zoom’ y ‘Cuando Pase el Temblor’, articuladas sin respiro tal como en el “MTV (Un)Plugged”, traía dos grandes éxitos de los ‘90s y los ‘80s respectivamente para levantar a una audiencia que a ratos estaba floja, que a ratos prendía. Con esta pareja de hits si prendió. ‘Zoom’ contó con los arreglos originales en violines interpretados por la guitarra de Leo Garcia y con la grata sorpresa de un solo de armónica a cargo de Zeta. El beat de bombo de Alberti, cuando ni siquiera terminaba de sonar la última nota del teclado de aquel éxito noventero, avisaba que venía un temblor. ‘Cuando Pase el Temblor’ sonó como en los viejos buenos tiempos, pero además recordaba que estábamos en una nueva década: un final preparado en versión de la música de moda por estos días. “Cuando pase el reggaeton” anunciaron desde el escenario y la parodia al ritmo que hoy en día contagia a Latinoamérica quedará como una de las grandes humoradas que tuvo este reencuentro.

Al calor de las masas

En relación a los recientes recitales en el Monumental de River Plate, el ambiente en el Nacional pareció un tanto más frío de la euforia que se pensaba se viviría en él. Quizás fueron más los curiosos que querían ver este recital del que tanto se hablaba que los fans de corazón, pero de que faltó más complicidad público-artista, faltó (a excepción en los mega-hits). Por eso extraño que ‘Final Caja Negra’, una de las mejores canciones que ha compuesto la banda, no tuviera un feedback mayor entre la audiencia y los músicos. Más allá de eso, la canción sonó majestuosa, los arreglos de strings en los teclados de Tweety González le daban esa impronta de pieza suprema a la canción, pese al bajo volumen que tenían los sintetizadores en relación a los demás instrumentos. Un acierto incluir este gran tema en el set-list.

A continuación, Cerati hablaba de una canción que fue compuesto por Daniel Melero y muchos pudieron intuir que el siguiente tema era ‘Trátame Suavemente’, la famosa balada de su primer disco, el “Soda Stereo” de 1984. Momento propicio para que las parejas que fueron juntas se abrazaran y vivieran un momento romántico en la noche. La siguió otro clásico. ‘Signos’ fue tocada muy similar a su versión de estudio (en contraste a la versión acústica de El Último Concierto”), con una luna llena que abarcaba todo el fondo del escenario y que le daba al tema una poderosa mística. Cerati tomaba el micrófono otra vez para incitarnos a bailar y Leandro Fresco comenzaba la percusión inicial de ‘Sobredosis de TV’ que convirtió nuevamente al Nacional en una pista de baile.

‘Danza Rota’ fue otra de las grandes inclusiones en el repertorio. Las pantallas que estaban detrás de los músicos mostraban a una mujer con unos audífonos meneándose al compás del ritmo, moviendo sus labios sincronizadamente con la melodía de la voz sin que la proyección alcanzase a mostrar sus ojos. La conexión de esa imagen con la música estuvo muy bien lograda y resaltó aún más la emoción que de por sí ya tiene este tema. Apenas concluyó, un sample de batería electrónica con fade in advertía que venía otro estallido en la fría noche capitalina. El sample dio pasó a los golpes de toms de Charly Alberti que tantas veces se escuchó en fiestas bailables de los ‘80s, 90’s e incluso ‘00s. La gente se movió, saltó, coreó y agitó sus poleras en el aire para disfrutar de ‘Persiana Americana’, la canción icono del álbum “Signos” de 1986. En esos momentos el Estadio Nacional era una caldera donde el éxtasis y la adrenalina estaba al máximo.

Afuera el frío embiste, adentro el vértigo

“Dynamo”, aquél experimental álbum incomprendido en su tiempo, hoy considerado uno de los discos referentes del rock en español, tendría su segmento exclusivo en el show. Comenzó con ‘Fue’, esa melancólica pieza que, a pedido de Gustavo Cerati, convirtió al recinto de Ñuñoa en una hermosa postal que llenó de luces de celular -y alguno que otro encendedor- cada rincón de todos los sectores del estadio. Cuatro minutos mágicos.

La parte sónica del álbum de 1992 llegó con ‘En Remolinos' y ‘Primavera 0’. La puesta en escena, el despliegue de luces girando en remolinos y las pantallas que reforzaban la idea creaban una atmósfera inexplicable con palabras. La envolvente textura musical de ‘En Remolinos’, sumado a los aspectos técnicos utilizados, generó instantes etéreos en el ambiente y no pocos “volaron” con el sonido que emanaba desde el escenario. El shoegaze de la guitarra distorsionada de ‘Primavera 0’ exhortaba al público a rockear y a cantar ese poderoso coro, demostrando que la potencia de la banda en vivo y la calidad, pese a los diez años de ausencia, permanece intacta.

Tras una excelsa y renovada versión 2007 de ‘No Existes’, que recalcaba el tinte de power trío que tiene hoy este grupo, vendría algo aún mejor. Si “Dynamo” tuvo su segmento, el famoso “Canción Animal” no podía ser menos. Una sección compuesta por un poderoso tridente de cortes de ese LP que dejan totalmente en claro que Soda Stereo es una banda de un rock vigoroso y vuela-cabezas. Tres canciones que dejarían bien parado el nombre del rock en este concierto.

El extenso solo de guitarra, por ejemplo, de ‘Sueles Dejarme Sólo’ mostraban a un Cerati convertido en un “guitar hero” que hizo relucir las seis cuerdas y se dio el lujo de encarnar a Kurt Cobain arrojando la guitarra al suelo tal como lo hacia el difunto líder de Nirvana. La distorsión continuó con ‘(En) El Séptimo Día’, una canción para cabecear y rockear que fue acompañada por las notables segundas voces de Leo García, que apoyaban la voz de Gustavo ensalzando más la canción. En ‘Un Millón de Años Luz’ nuevamente tomarían protagonismo la escenografía, creando otro instante volátil con los proyectores emulando un viaje esteral a través del espacio sideral y donde además, jugando con la letra de la canción, Cerati se referiría al regreso: “hay una razón, hay varias razones, ustedes son una”.

Se promediaban dos horas de concierto, la luna llena se acomodaba en el cielo santiaguino y la temperatura descendía a medida que avanzaba la noche. Pero en el Estadio Nacional los grados Celsius se negaban a irse abajo. Otra más de “Canción Animal”, pero que merece mención aparte porque destaca más allá del álbum donde se encuentra. Es patrimonio de la música, de la gente, de América Latina. Por eso el Nacional se vino abajo cuando el riff principal de ‘De Música Ligera’ sonaba por los amplificadores. Interpretada tal cual como en estudio, hizo retumbar tanto la protección del césped de la cancha como los asientos en las tribunas. Un batatazo que antecedió la primera despedida en falso del concierto. Nadie se movió de sus lugares, todos sabían que vendría más.

Por qué este deseo crece

Cinco minutos de ausencia antes que la banda regresara al escenario, volvieran las luces y comenzara un hipnótico loop de efectos. “Sueño Stereo”, el último disco de estudio de Soda Stereo, es uno de los más menoscabados en lo que va del “Me Verás Volver Tour 2007”. De esa placa, sólo ‘Zoom’ había sido interpretada hasta ahora, pero vendría una pequeña reivindicación para con ese excelente trabajo de 1995. Las visuales cobrarían vida a través del rhodes de Tweety, de esa línea de bajo de Zeta y del célebre riff de ‘Disco Eterno’ que creaban la dimensión y hacían crecer el deseo. “Abrir a Soda Stereo” cantaba Cerati y los fans aplaudían el cambio de frase en la letra. Realmente un sueño stereo.

Los ánimos se calmarían con los delicados strings de los teclados de ‘Cae el Sol’, tema en donde citarían fragmentos de ‘Here Comes the Sun’ de los omnipotentes The Beatles. Lo que vendría a continuación sería otro de los highlights del recital en lo que a efervescencia se refiere. Cerati se pondría un sombrero a lo cow-boy y comenzaría el riff de ‘Prófugos’. Pero la guitarra no estaba sonando. Gustavo haría detener la canción y arrojaría su instrumento al suelo, exigiendo a los técnicos que le entreguen otra. “Con la guitarra si podemos ser crueles, se lo merece”. Tras la partida en falso, esta canción himno de hace dos décadas remeció –una vez más- a la audiencia y al finalizar los músicos darían paso al segundo encore del concierto.

Las revoluciones bajarían, pero subirían las emociones con ‘Zona de Promesas, esa tranquila pieza que aparece en el EP del mismo nombre de 1994. La letra de esa canción entregaba el mensaje “tarda en llegar y al final, al final hay recompensa” y los asistentes interpretaban la vuelta de Soda Stereo con esa oración. Otro momento memorable de la jornada, que todavía tenía algo que entregar. “Nadaaa oh oh oh, nada personal oh oh oh” se escuchaba desde hace rato entre medio de cada canción y Soda Stereo sabía que tenía una deuda pendiente con esa canción que fue dejada fuera en el show final de 1997 en Chile, aún cuando la fanaticada lo pedía con el mismo cántico. Soda saldaría su deuda pendiente con ‘Nada Personal’ y sería el cierre perfecto para un concierto que tuvo de todo, y que pese a eso, dejo al público pidiendo por más, esperando quizás una sorpresa. Pero no, la banda se fue. La música de ambiente comenzó a sonar dando a entender que la cita había acabado y la gente comenzó a abandonar el recinto.

Siempre vamos a encontrar texturas

“¡Tremendo, grande Soda!”, “Nunca pensé que los vería alguna vez en vivo, estuvo excelente”, “Faltaron temas, pero aún así notable”, “El fiato y la buena onda entre ellos se siente, les hizo bien volver”. Las impresiones positivas a la salida del estadio se podían obtener sin siquiera la necesidad de preguntar, sólo escuchando lo que los asistentes expresaban mientras dejaban el coliseo deportivo. Pero a la vez, comentarios de índole negativa sonaron también en las afueras de los accesos al recinto. “Se juntaron sólo por el dinero y vinieron por cumplir, esperaba más”, “Bien por el regreso, pero mal porque sea sólo eso: un regreso”, “El público me decepcionó, al igual que Cerati. Cero comunicación entre ambos” o “Vino mucha gente sólo a cantar los temas conocidos y para el resto se quedaba quieta”.

Haciendo un recuento de la presentación de Soda Stereo en nuestro país, se pueden sacar muchas conclusiones de lo que significó. Por una parte, el esperado regreso, la sed saciada de miles de fanáticos que soñaban con verlos de nuevo y a muchos otros que deseaban presenciar un concierto suyo alguna vez en la vida. Por otro lado, el show ofrecido y la relación que tuvo con el público chileno.

La acústica del show fue pareja, el sonido en cancha se escuchaba muy limpio. Quizás el rebote del audio en las tribunas sonó estruendoso, el bajo de Bosio naufragó en ciertos pasajes, el volumen del teclado de Tweety González debió ser mayor y los altos en la guitarra de Cerati tomaron un excesivo protagonismo, pero en general fue un buen sonido que se debió a la gran producción que se está llevando a cabo en este tour. Los dos sistemas de sonido (uno el que alguna vez ocupó Kiss y el otro fue usado por Madonna) eran el filtro perfecto antes de llegar a la consola principal.

Martin Phillips (quien ha trabajado con grupos como Nine Inch Nails y Daft Punk) es el hombre detrás de la puesta en escena de esta gira. Las visuales y los efectos de luces corrieron por su cuenta. Las pantallas de proyección a los costados del escenario y atrás de la primera torre de sonido permitían ver los detalles para aquellos que se encontraban ubicados lejos del escenario, filmando en acercamiento a Charly, Gustavo y Zeta (muy pocas tomas para los músicos de soporte), sus instrumentos, tomas generales de los tres o al público presente mediante un gran despliegue de cámaras movilizadas para el evento.

En términos generales, un espectáculo redondo. Muchos reclamaron la ausencia de grandes temas de la banda. Pero es que Soda Stereo tiene tantas canciones magnificas que es una utopía exigir dejar completamente conformes a todos los fans. El set-list, el sonido, el aporte de los músicos invitados (Leo García, Tweety González y Leandro Fresco), las luces y hasta la vestimenta fueron minuciosamente preparados para entregar un concierto de nivel mundial. La frialdad desde algunos sectores del público a ratos puede ser uno de los puntos bajos, pero la alegría y las ganas de tocar de Zeta, Gustavo y Charly lo compensan.

Un retorno a nuestro país que generó emociones de todo tipo: euforia, llantos, desmayos, indiferencia, alegría, goce, disconformidad, entre tantas muchas otras. Lo cierto es que el legado de Soda Stereo en Chile se reflejó en aquella fría noche de miércoles. Gustavo Cerati, Héctor “Zeta” Bosio y Charly Alberti saben que así es. Y disfrutaron de esas dos horas con cuarenta minutos que duró el concierto, esperando regresar una semana después para realizar el quizás último show en Santiago en la historia de la banda. Pero quién sabe, en una de esas la razón de un disco nuevo y un regreso definitivo sea nuevamente el público, como dijo en un momento del recital. Por ahora, los fans sólo pueden aguardar por el próximo concierto. Una semana después, otro miércoles. Donde si alguien quedó con sed, puede volver por otra Sobredosis de Soda.